Rituales de pureza: casarse con papá


por Mariela Ríos

Hace trece años, en la parte central de Estados Unidos, surgió una tradición que causó conmoción mediática. Niñas de entre cuatro y veintidós años, la mayoría de doce, vestidas todas en blanco, caminaban hacia el altar a lado de su padres vestidos de esmoquin para hacer una promesa ante Dios, sus familias y su comunidad. Después de varias palabras dirigidas por la autoridad de la ceremonia, los padres le colocaban un anillo en el dedo anular de la mano izquierda de las jóvenes y después, se celebraba con comida en abundancia, música y baile hasta el anochecer. La situación anterior nos hace pensar en un fenómeno social común, una boda,  con la particularidad de la edad de las niñas, y en lugar del novio, el papá. Estas ceremonias se han denominado “Purity Balls” remitiendo al concepto de “pureza” específicamente en las niñas.  Esta práctica ahora se originó en los estados con mayor influencia religiosa de Estados Unidos y ahora se practica en 48 estados de todo el país.
El propósito de los “Purity Balls” o “Bailes de Pureza” es que las jóvenes se comprometan a permanecer “puras” (concepto que abarca desde besarse hasta tener relaciones sexuales coitales) hasta el matrimonio. El anillo que le coloca el padre en el dedo que también se relaciona con el anillo de bodas simboliza esta promesa ante Dios, en donde el padre es simbolizado por la comunidad como el “guardián” de la virginidad de su(s) hija(s). La hija jura ante su iglesia cristiana evangélica y su comunidad permanecer pura hasta el matrimonio y el padre se compromete a fortalecer la relación padre-hija y a ser un hombre, esposo y padre íntegro y puro también; se firma también un contrato. Randy Wilson, fundador de esta ceremonia, señala que la finalidad es celebrar la fortaleza de la unión que puede tener la relación padre-hija, así como para sostener valores de Dios y apreciar la belleza del matrimonio. Para la familia Wilson, la idea del sexo premarital es socialmente corrosiva y dañina sobre todo para las niñas que, según ellos, “sufren” más que los hombres por el caos cultural implicado. Se espera que una vez firmado el contrato, los padres puedan salvar a sus hijas de las manos enredosas y perturbadas de la cultura; sus hijas necesitan que sus padres las rescaten, dice también Wilson. 
Cuando se dio a conocer esta ceremonia por medio de unas fotos polémicas (mostradas abajo), las discusiones no se hicieron esperar que incluían pero no se limitaban a los temas de género, educación sexual y la abstinencia como método anticonceptivo. 
 
Las fotos expuestas en Time Magazine causaron revuelo por muchas razones, desde el simbolismo de la práctica como portador a una cultura misógina, por la sensualidad abordando el incesto de las fotos, por la ideología basada en la religiosidad, por ser una práctica anticuada basada en la abstinencia como forma de “educación sexual” que en realidad deriva en las cifras elevadas de embarazo adolescente o fuera del matrimonio por falta de opciones más viables y una conocimiento sexual adecuado. Mensajes críticos en internet atacaron a Times Magazine, Glamour (otra revista que expuso el tema) y los propios practicantes. Anderson Cooper, host famoso en CNN de Estados Unidos, entrevistó a Randy Wilson para abordar el tema. La feminista estadounidense Eve Ensler explícitamente se manifestó sobre el asunto diciendo que en esta práctica, al firmar un contrato por tu virginidad y reemplazando dicho contrato solamente por el marital, hace a la joven la persona menos importante de toda la ecuación.

Es pertinente reflexionar acerca del alcance que tiene un acto que, aunque parece afectar solamente a un segmento de la población limitada, sus pautas de interacción proponen ciertas maneras de relacionarnos; formas atravesadas por relaciones de poder invisibilizadas que parten de una premisa sustentada en el valor de la mujer relacionada con su virginidad, normalizando aun más las prácticas patriarcales de dominación.

Mead (1932) plantea al acto social previo a la conciencia. En el momento en que dos cuerpos se encuentran, se intercambian gestos y se echan a andar procesos de adaptación a la situación por parte de quienes interactúan. De estas situaciones emergen los significados compartidos. Estos significados contribuyen a cargar los cuerpos de emociones y conciencia por efecto de experiencias previas (Collins, 2005).  Los significados compartidos se encarnan en símbolos, “objetos sagrados” en las palabras de Durkheim, que pasan a ser “centro focal común” y las interacciones se vuelven enfocadas (Collins, 2005). Los rituales honran lo que se valora socialmente y en este caso, ese valor u “objeto sagrado” es muy abstracto. En el caso que aquí analizamos el “centro focal común” es conceptual y representativo: “la pureza”. Este concepto central para el ritual es representado en un objeto que sirve de símbolo: el anillo. Los símbolos tienen las características de ser universales, arbitrarias y convencionales; en otras palabras, los símbolos son gestos que conservan su significado en distintos contextos; significan la situación misma. Un anillo en el dedo anular de la mano izquierda como en este ejemplo, está fuertemente asociado con compromisos y ciertos estatus frente al matrimonio (virginidad, compromiso, exclusividad). En el caso de los “Purity Balls”, el ritual utiliza los mismos símbolos de la boda sin ser particularmente una: caminar con la hija hasta el altar, tomar su mano para poner el anillo, entre otros.

Estas pautas de interacción y reacciones hacia ciertos gestos no surgen de manera aislada. El concepto está atravesada y moldeada por “el otro generalizado”. Este otro generalizado puede ser la comunidad o grupo social organizados que proporciona al individuo su unidad de persona. “La actitud del otro generalizado es la actitud de toda la comunidad” (Mead, 1932, p. 184). La actitud de este otro generalizado contiene un discurso religioso fuerte. El discurso religioso es uno en donde se la da prioridad y valor óptimo a la pureza y a la virginidad de la mujer. No se limita a poner estándares para las niñas sino que nombran explícitamente a los hombres padres de las jóvenes los guardianes y cuidadores de éstas, ayudándoles a navegar por una cultura que según Wilson es obscura y promueve sexo premarital y comportamientos inapropiados para mujeres jóvenes solteras. Existe una comunidad amplia que apoya esta acción y sus implicaciones y en esa concordancia hay una solidaridad social (concepto de Durkheim en Collins, 2005). La participación del ritual cargado con objetos simbólicos provoca una especie de “electricidad” que Collins (2005) denomina “energía emocional”. Estos sentimientos compartidos y “energía emocional” presente resultan en la “moralidad”. “Un individuo se siente moral cuando actúa con la energía obtenida de la apasionada experiencia del grupo” (Collins, 2005, p. 61).  El resultado final del ritual es el sentimiento colectivo de hacer lo correcto y que dicho ritual y todo lo que conlleva es, efectivamente, lo adecuado y es posible que esta energía final valide una y otra vez el acto. Al chocar con ideologías o grupos de personas que están en desacuerdo con rituales así, la energía emocional escala por ambas partes y puesto en confrontación ambos lados defenderán su postura rigurosamente por el sentimiento de moralidad elevada que se produce como resultado.
Este ritual particular no tiene implicaciones solamente en las relaciones de la comunidad. Mead (1932) plantea que la persona no nace sino se desarrolla por ser un proceso social. Esta persona se convierte en objeto de sí mismo indirectamente, dando cuenta de un comportamiento propio cómo lo ven los demás. Esta persona y su “self” ocurre en dos procesos o fases: el “yo” y el “mí”. El “yo” es la respuesta inmediata de un individuo a otro. El “mí” por otro lado, se puede describir como el conjunto de actitudes organizadas de los demás que se hace propio o se asume (Mead, 1932). La “persona” desde esta perspectiva entonces, es la organización del yo, el mí y el otro generalizado. Sería pertinente también describir cómo el ritual influye en la “persona”. Si bien la persona no existe individualmente sino se asume un proceso social, un diálogo continuo entre el yo, el mí y el otro generalizado, las prácticas en las que está inmersa la afectan directamente. El contenido de las prácticas pasa por el yo y probablemente se asuma en el mí para adoptar conductas que los demás les atribuyen (convertirse en objeto de sí). Estas niñas, jóvenes, en breve, internalizan los roles de género y valores que se les asocia en este ritual para su formación como proceso social y son envueltas en una comunidad o actitud del “otro generalizado” que aplaude las acciones que se están llevando a cabo resultando en sentimientos de moralidad.
¿Por qué causaron tanto conflicto las fotos? Goffman citado en Collins (2005) habla de una incomodidad moral que ocurre cuando el decoro del ritual se rompe. En este caso, a gran escala, al ver niñas pequeñas relacionadas por sangre con los hombres en un ritual tan parecido a una boda, provoca conmoción. En vez de una joven mayor apta socialmente para casarse con un hombre fuera de sus lazos sanguíneos, el ritual que socialmente es visto cuasi “incestuoso” rompe con una parte vital para la aprobación del ritual. Esta desaprobación amplia se podría nombrar como una incomodidad moral a una macro escala. Tanto como existe una “energía emocional” que alimenta la celebración y los participantes, esta desaprobación colectiva también resultan en solidaridad social y una energía emocional igual de fuerte y finalmente, sentimientos de moralidad opuestos a los del grupo que apoya la ceremonia.
Un grupo de personas particulares participan en estas denominadas “Purity Balls” sin embargo, es muy posible que el alcance del impacto trasciende a los individuos que participan. Independientemente del argumento que se utiliza como objeción, desde esta postura teórica, el efecto se manifiesta en las relaciones. El ritual propone a las mujeres jóvenes una manera de relacionarse con su cuerpo y lo que deberían valorar y este mensaje no se limita a este grupo de niñas sino que a través de cadenas de rituales de interacciones (Collins, 2005) afecta los significados de una psique colectiva.



Referencias:
Collins, R. (2005). Cadenas de rituales de interacción. Barcelona: Anthropos.

Frank, P. (5 de mayo de 2014). “Welcome to the bizarre and beautiful world of purity balls”. The Huffington Post. Recuperado de http://www.huffingtonpost.com/2014/05/05/purity-ball-photos_n_5255904.html                                     

Mead, G. (1932). Espíritu, persona ysociedad. Barcelona: Paidós, 2002.

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Mariela Ríos es estudiante de psicología en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Guadalajara, Jalisco.

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