por Patricio Meza Opazo
Lejos… muy lejos de
lo que puede ser considerado como un buen servicio, justo ahí tienen lugar esos
momentos que probablemente muchos no contemplen por encontrarse ocupados en
sus teléfonos celulares, o por estar fantaseando con una “chamba” que le
garantice no volver a pisar un camión en su vida. O bien, por permanecer con la
mirada clavada y perdida en su próxima parada.
Aunque
parezca inverosímil, son en esos momentos donde se desarrollan las dinámicas más
sutiles que se inventan en los camiones de transporte público o como prefiero
reflexionarlos “espacios intersubjetivos urbanos”[1], que
de alguna manera, me hablan de otra Guadalajara y a su vez, de otro México que
como pueblo y cultura sigue manteniendo y re-inventando prácticas solidarias “a
pesar” del contexto de violencia social que se vive a diario.
Y es
que los hechos y datos sobre los efectos de la “guerra al narcotráfico”
impulsada por el gobierno federal y replicada por el gobierno estatal,
sorpresivamente esta vez no mienten[2], sumado
a la vigorosa e incesante necesidad que tienen algunos medios de comunicación, de
exacerbar todo lo que tenga que ver con sangre, homicidios y “ajustes de cuentas”.
Por un minuto, se puede llegar a pensar y peligrosamente creer, que no hay otra
posibilidad más que ésta dolorosa realidad.
Afortunadamente,
aún aparece de manera cotidiana, la solidaridad, que puede ser entendida como un
acto de ayuda desinteresada. Algo que nos mueve o impulsa a actuar simplemente
desde la plena “identificación con el otro”. Y eso no se logra fácilmente y mucho
menos cuando el camión está en marcha, llenísimo de pasajeros o “hasta la
madre” como dicen aquí, con la temperatura que sube, incluso más rápido que la aprobación de la nueva alza en
el costo del pasaje[3].
Acompañado de una dosis llantos de bebes hambrientos, bolsas de “mandado” que
ocupan más espacios de los debidos, ruidos de claxon, las conversaciones ajenas
que siempre tuvieron que ser ajenas, los olores humanos y otros no tan humanos disfrazados
con los perfumes de moda, grupos de estudiantes y sus libros cargados de sueños.
Donde
también existe el joven rehabilitado de su trágica vida que nos invita a viva
voz a rezar, ojalá con sus rosarios que tiene a la venta, para no orillarlo a
la necesidad de asaltarnos el día de mañana. O bien las “rolas”[4] de
los músicos y lo que quedan de sus guitarras que nos sugieren olvidar al
“estilo Jalisco”[5],
sin importar que sean las 7 de la mañana.
En ese
panorama, en ese contexto móvil, en ese “ruidazo”, en esa convivencia con ritmos
zigzagueantes y ondulantes producto de las frenadas de la máquina. Algunos pasajeros
que corren por ser trasladados, se suben por la puerta trasera del camión y sin
pensarlo dos veces, sacan de su cartera los pesos necesarios para pagar su
pasaje, pero no lo hacen directamente, al contrario, les solicitan a quienes tienen
más cerca, hacerle llegar su dinero al chofer. De esta manera, comienza esta
breve dinámica solidaria que va tejiendo relaciones en este “espacio
intersubjetivo urbano”.
Así de
mano en mano, a través del pasillo del camión, emprende su viaje la “lana”
hasta llegar con el chofer en la parte delantera de la máquina. El conductor, no tiene una mayor idea a quién pertenecen
esos pesos, sólo ve el rostro y la mano del pasajero que está a su lado, quién
le entrega el dinero ”ajeno” (pero que es cuidado como si fuera de todos).
El
chofer deja los pesos en la “marimba”[6] y regresa
el boleto, incluso hasta con el cambio, a la misma persona. De esta forma,
nuevamente comienza otro viaje, el de regreso del boleto, esta vez de mano en
mano viajando en dirección hacia la parte trasera de la máquina. Generalmente
son las mismas manos solidarias que hicieron llegar el dinero al chofer, las
que se van encadenando para hacer llegar el boleto y su cambio a quien ya ha pagado
su traslado. De ese modo, el boleto y el cambio llegan siempre al pasajero
indicado (y no otro)[7].
¿Es
posible pensar, entonces, este acto como una práctica de solidaridad, incluso
como una práctica de resistencia frente a los efectos de este sistema social y económico?
La respuesta es evidente a mis ojos de extranjero, básicamente se puede llegar
a pensar de esta forma; primero, porque nos hace experimentar como iguales frente
a una sociedad que busca constantemente hacernos sentir diferentes[8]. Segundo, porque es una práctica concreta que
tensiona el individualismo y nos hace pensar-nos de forma colectiva en lo
cotidiano. Tercero, porque rompe con una idea fatua de solidaridad, como dominio
exclusivo de “buenas personas” y nos sitúa simplemente como un humano/a frente a otro/a. Cuarto, porque promueve el
contacto físico, algo a lo cual se rehúye cuando se está con extraños[9]. Quinto,
porque en un contexto de violencia estructural es admirable que la confianza
permanezca entre quienes forman parte del tejido social[10].
Sexto, por su carácter espontáneo en algún momento quienes son indiferentes a
dicho acto solidario, en alguna ocasión estarán integrando esta cadena humana y
sin dudarlo ejecutarán este acto impuesto por una “·bonita costumbre” de la
cultura popular tapatía.
Tales
ideas, me llevan a pensar que estas prácticas o formas breves de relacionarnos
nos ayudan a despertar la comprensión de nuestra forma de
vivir, de habitarnos en lo colectivo y de vivenciar-nos junto a otros en la
ciudad. Abriéndonos a la posibilidad de pensar que en el contexto urbano se pueden
encontrar un sinfín de espacios donde se construyan relaciones que potencien
emociones creativas o como dice Pablo Fernández “sentimientos de colores, que
alienten la fraternidad, la solidaridad,
el tacto, la civilidad, la pluralidad”[11].
De modo tal que nos ayuden a producir una serie de símbolos que llenen de un
sentido más humano nuestra existencia, aunque sean breves, no importa… todo
viaje tiene un comienzo y en este caso, un fin.
Puede
parecer una exageración mi mirada (de allegado a la sociedad tapatía) y quizás
así lo sea, pero para los tiempos que corren, hay que echar mano a este tipo de
exageraciones u observaciones necesarias para mantener la esperanza entre
quienes habitamos la ciudad, que nos ayuden e inviten a reflexionar y
experimentar en un brevísimo “tiempo afectivo colectivo” que no todo está
perdido en la ciudad, mucho menos al interior de las maquinas de transporte
público.
[1] Caracterizo a los “espacios
intersubjetivos urbanos” desde el interaccionismo simbólico, como lugares de la
ciudad, que otorgan la posibilidad de producción de símbolos y significados
esenciales para la constitución de los individuos y grupos, a través de la
comunicación.
[2] La última cifra oficial conocida en el 2010
indicó que los fallecidos alcanzaban los 34 mil muertos, por otra parte
Reforma, El Universal y Milenio han
apuntado un incremento en el 2011 de alrededor de 12 mil muertos más respecto
al cierre del 2010. Estos medios de comunicación hacen sus estimaciones
mediante sus propias bases de datos. Datos extraídos de web animal político http://www.animalpolitico.com/2012/01/oculta-el-gobierno-cifra-de-muertos-en-la-guerra-contra-el-narco/
[3] En menos de 12 horas, el incremento se publicó
en el Periódico Oficial de Jalisco. Datos extraídos de web Proyecto Diez http://www.proyectodiez.mx/2012/08/19/en-12-horas-emilio-gonzalez-puso-punto-final-al-camionazo-analisis/20552
[4] Rolas,
término que en México se usa para denominar a las canciones
[5] La
propuesta del “olvido” al estilo Jalisco es bebiendo tequila y escuchando
mariachi para estimular la expresión emocional de la tristeza a través del
llanto, según reza la composición “Ella” de José Alfredo Jiménez.
[6] Lugar donde se
deposita el dinero en los camiones, suelen estar muy cerca del conductor de la
máquina para facilitar la recolección de monedas y entregar cambio.
[7] Si bien es
cierto aquí sólo hago mención al conductor en términos masculinos, no
desconozco que existen mujeres que se desempeñan como conductoras de camiones.
(Notas de campo)
[8] México
ocupa el penúltimo lugar en desigualdad, sólo por arriba de Chile, entre los
países que conforman la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE).
[9] La
masa; inversión del temor a ser tocado en “Masa y Poder” (2005) Canetti, Elías.
Colección Debolsillo, Editorial Random House Mondadori, México.
[10] Sólo un ejemplo
de esta violencia estructural es el aumento de los asesinatos en todo el país,
según el INEGI más de 95 mil asesinatos se han registrados en los últimos 5
años. Sólo en el 2011, se documentaron 27 mil 199 homicidios por toda la
república mexicana. Datos extraídos de página web “La Jornada” http://www.jornada.unam.mx/2012/08/21/politica/003n1pol
[11] “La afectividad
colectiva y su geometría política” Artículo extraído de http://dialogosaca.blogspot.mx/p/pabloteca.html https://www.box.com/shared/zi4yiyc3fv
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Patricio es psicólogo social, chileno afincado en Guadalajara, integrante de Caracol Psicosocial A.C.
Fotos: 1) Ayerhim Guarro, 2) Bea hermosillo, 3 y 4) Eduardo Jenny del Rincón
Comentarios
Yo diría que es la gente "de a pie" la que nos enseña prácticas comunes que nos muestran que hay posibilidades de encuentro y solidaridad.
En el fondo creo que lo que muestras es que en la gente que padece los efectos del sistema hay una manera de concebir las relaciones y lo cotidiano ajeno a la ganancia. Creo que esto puede ser una clave para el trabajo de agentes sociales que buscan transformar las estructuras que oprimen.
Justificas tiernamente tu observación, diciendo (casi pidiendo) que es necesario e imprescindible exagerar en estos tiempos de inseguridad, rescatar esperanzas por los rincones sin mesura, por todos los rincones. Estoy de acuerdo en ello, sin embargo, Patricio, tu mirada no es exagerada. En este caso la solidaridad sí está presente en este hecho.
Después de vivir en Guadalajara y llegar a vivir aquí en este Estado fronterizo con los Estados Unidos, yo con la costumbre tapatía intenté pagar mi pasaje en un par de ocasiones después de subirme por la parte trasera del micro. La gente, desconfiada, no recibió mi dinero. Aquí, primero pagas al chofer estirando al máximo la mano y él también por la puerta delantera (porque los que ya han subido no pueden tocar dinero ajeno) y después el chofer se espera a que subas por atrás, donde a veces, con boleto en mano, ya no hay espacio para alguien que conserva la esperanza en la mochila.
Además de que la costumbre mata la mirada de análisis y eso hace más valiosa la sensibilidad del autor al compartir este análisis de un espacio urbano tan común, pero en donde se entretejen miles de relaciones por minuto en las urbes.
Para el estudio Psicosocial de este espacio en una camión urbano es el fino reflejo de una caja in vitro de la sociedad mexicana.
Gracias por compartir, ya que es muy interesante el observar lo que tenemos a veces tan cerca y no vemos.
Lalo.
Claudia Aguila
Y Aunque esta ciudad parezca imperturbable, también un gesto de solidaridad cuenta, precisamente porque no pasa nada y no precisamente porque reine la calma ó porque seamos gente de “bien”.
El gesto de solidaridad de acá, es un atrevimiento, porque perturba al otro que se siente tan suficiente, pero sobre todo tan insuficiente, de manera que un gesto así lo puede poner en entre dicho y que van a decir los demás.
Así que siempre es una sorpresa cuando a alguien se le ocurre por pura amabilidad ayudarte ya sea pasando el dinero o gritándole al chofer para que se detenga. Y esa misma sonrisa que uno puede sentir también se nota en el otro cuando recibe ese gesto de tu parte.
Y para encontrarse con personas que te puedan cambiar un billete de $100 a las 7:30 am, porque el chofer ya dijo que no va mover un dedo y haber como le haces, pero lo pagas. O con otras que digan “le pago su pasaje, no se preocupe”. Hace falta pronunciar las palabras mágicas “Ayúdeme” casi solamente y como acto de magia, de verdad ocurre algo. Y es que también en el camión nos parecemos.
Felicidades por tu publicación, pero sobre todo por hablar del camión y de lo que pasa ahí, que hoy también me pasa aquí y no voy sobre ruedas, pero si estoy en movimiento.
Saludos, desde Querétaro.