Instrucciones para entrenar mamíferos

Fragmentos de Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, de Efraim Medina Reyes (Madrid: Destino, 2003, p. 138 y ss.)


II

El mundo es acto y huella, espasmo y mancha, pensamiento y palabra, alimento y deporte. Una suma de dos gestos, dos caras de una moneda y por supuesto un tercero en discordia. El hombre se descubre y descubre todo lo que gira en torno suyo. Va de un lado a otro, goza, se sumerge, respira pero no se conforma con respirar, con reflejarse en el agua. Entonces gruñe, gruñe un largo tiempo hasta que su gruñido desemboca en palabra.





Antes de eso el hombre tuvo muchos lenguajes pero la palabra es más que lenguaje: la palabra es amuleto, mito, enigma. La palabra es distancia, trampa, castigo. La palabra es límite, lucidez, altanería. Pero sobre todo la palabra es juego. El lenguaje es uno de los deportes más complejos que el hombre ha inventado y la palabra es la pelota oficial de ese deporte: el más sangriento de todos. A su lado el boxeo es ternura. Como bien lo demuestra el éxito de programas como el "Show de Cristina", en la raza humana hay dos sentidos atrofiados: el sentido común y el del humor. Este desperfecto de fábrica nos hace pensar que el cine es un arte y el golf un deporte. Así como miles se matan en los estadios, otros, no menos estúpidos, se arrodillan y sobrecogen ante la palabra. Hacen que una magnífica diversión los salpique de sangre y los contamine de toda suerte de malestares. La filosofía introdujo la tristeza en el hombre, la literatura el fastidio y la historia la importancia (esta última, la más abominable). Gracias al cómic, la tele, las malteadas de vainilla, la música afroamericana y las películas de James Cameron no perecemos de irritación bajo el alud de charlatanes de toda calaña que pretenden enriquecer nuestro espíritu. La tele es saludable, elimina la grasa que profesores y literatos nos inoculan. Lo ideal sería consumir más malteadas y no aceptar seguros de vida.


III

Creo en la poesía, sé que esa lucidez bien usada nos hace más intensos. No quiero ser un sujeto que gracias a sus virtudes se libera del mundo (recoge sus cosas y sube a una montaña para meditar hasta la muerte). Antes que un monje que se eleva o una momia que se ilustra prefiero ser un chimpancé iluminado que ríe. Cuando la indolencia de este mundo me abruma opto por una borrachera triple. No hago cruzadas a favor de los delfines rosados ni investigaciones sobre el amor. Adoro lo que se me antoja bello, trátese de un gol de Rivaldo, tres líneas de William Blake o un par de zapatos Skechers.


V

La publicidad inventa un mundo aledaño al nuestro, un mundo luminoso y antiséptico hecho con lo más dulce de nuestros sueños. Su método tiene dos fases: A. Explora nuestros sentidos. B. Nos inyecta ansiedad e insomnio. Objetivo: hacernos creer que es posible ganarle a la mugre. Movidos por su mensaje seductor vamos detrás del dentrífico mágico, el alimento ideal, el limpiaculos perfecto para el perfecto imbécil.


X

Creer es matar las razones: un mito, una mujer, un comercial de Coca-cola, no pretenden explicarse. Lo que buscan es despertar el deseo y la admiración. Pretenden originar en torno a sí un club no una filosofía.


XXVIII

En el supuesto caso de que Dios haya creado al hombre para destruir una obra fallida (de la cual el hombre hace parte), nadie podría acusarlo de negligente (al hombre, claro).


XXXIII

El cuerpo es uno de los atributos del alma, la realidad una de sus numerosas aficiones. Llamamos mundo material a una trampa de los sentidos (a un juego de espejos). En vez de convertir la vida en una aventura múltiple la hacemos previsible y aburrida como un largo domingo sin revistas. No tenemos paisajes sino avisos de neón: BORGES HOT DOG. CERVANTES PIZZA. EMPANADAS WHITMAN. La ciencia del hombre es un trasto inútil: las antiguas pestes siguen incólumes (lo único que ha logrado es multiplicarlas y endurecerlas). Existir es una de nuestras limitaciones. Uno de los psiquiatras de un sanatorio se acercó a un paciente que llevaba varios días en un rincón hablando en voz baja.
-¿Con quién hablas? -preguntó el psiquiatra.
El paciente lo miró con indulgencia y luego dijo bajando la cabeza:
-No soy yo quien habla. Es alguien que habla conmigo.
Nos desplazamos rozando las fronteras de otros mundos, lo que llamamos uno mismo es sólo una parte de nosotros. Usamos mal la mente, vivimos a puerta cerrada. El cuerpo es uno de los atributos del alma, quizá no sea su mayor defecto.

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