por Pablo Fernández Christlieb
Se puede empezar a escribir por muchas causas. Por ejemplo, porque uno ya había terminado lo que tenía que hacer y todavía no tenía permiso de levantarse del escritorio, y sin nada más que un lápiz y un papel para pasar el tiempo apunta algo que se le ocurre, y nota que el tiempo pasó más rápido, y en una de esas le empieza a gustar no tanto lo que escribió como el descubrimiento de que estando así uno parece ocupado y eso le sirve como coartada para que nadie lo venga a molestar, y le sirve también para ponerse a hacer lo que se le antoje, al menos por escrito, aunque, para qué más que la verdad, lo que más le ocurre, más nota y más descubre es el tedio, horas muertas hojas blancas, cosa horrible, y así no tardará en darse cuenta de que la clave para escribir no está en tratar de desentenderse del hastío sino de entenderse con él, o sea que quienes escriben prefieren volverse aburridos que aburrirse.
Ciertamente, uno busca qué escribir; pero eso no funciona porque siempre lo encuentra, pero se acaba pronto, y así es nada más un entretenimiento; en cambio, quien logra volverlo una dedicación no es el que busca qué escribir, sino el que "encuentra qué buscar", asunto de largo plazo que ya no se acaba, que ya no aburre, nada más angustia, y que es cuando a los que escriben les comienza a interesar grandemente, supersticiosamente, qué significa escribir, cómo se hace, para qué se escribe. Básicamente, a los que leen, y a los demás también, les vale gorro enterarse por qué escriben los que escriben: ni los arquitectos, ni los dentistas, ni los actuarios se la pasan explicando cómo le hacen, y a lo mejor la razón es que les encantaría decir cómo hacen lo que hacen, pero la diferencia es que los que escriben pues escriben, y entonces son los únicos que lo pueden decir sin salirse de lo que hacen, decir lo que hacen y con eso ya estar haciéndolo, puesto que ambos son lo mismo, lo cual implica que, mientras las muelas no, mientras los ladrillos tampoco, las palabras sí son autorreflexivas; esto es, que, digan lo que digan, siempre están hablando de sí mismas, pero también que los que escriben nunca podrán saber cómo se hace, y, por lo tanto, cada vez que se ponen a hacerlo no saben si les va a salir, y eso es lo que los tiene nerviosos, siempre como aprendices primerizos inseguros tratando de averiguar de una vez por todas en qué consiste un método que no existe, de encontrar lo que buscan cuya esencia es que se busque pero que no se encuentre. Por eso es tan natural escribir sobre escribir, y por eso los que lo hacen quedan como atrapados en su dedicación, empeñados en ella.
Pero no muy divertidos porque, dados los sinsabores, en secreto todos los que escriben buscan cómo hacerle para ya no hacerlo, pero ya no pueden evitarlo, porque están hechos de eso mismo, aunque los pretextos no faltan: así como ir a comprar libros es un pretexto para no leer, leerlos es un pretexto para no escribir (ése es el drama de las tesis de doctorado). Uno de los mejores trucos para ya no hacerlo es convertirse en "escritor", o sea que deje de ser una dedicación para que se vuelva una carrera o profesión que consiste ya no en escribir sino en conseguir contactos, asistir a presentaciones, codearse con los indicados y dedicarle su libro a alguna vaca sagrada para que se vea a qué niveles se mueve ("a mi amigo Ernesto Sabato"); los escritores son aquéllos para los que es más fácil publicar que escribir. Y es que para escribir no hay que ser escritor, sino pasársela de incógnito buscando algo que hay en el fondo de las palabras y que se sabe que no se va a encontrar sino sólo a buscar porque sería encontrar aquello mismo con lo que se busca -el lenguaje, el pensamiento, uno mismito, etcétera- y eso es por definición inencontrable; para los que escriben lo difícil es publicar, porque no han ido a las fiestas donde están los contactos, pero no obstante lo intentan, no para volverse escritores sino para ver si se entiende lo que escribieron. Y están por todas partes, en chambas disímbolas, y no sólo en los lugares muy editoriales.
No existe eso de que alguien escribe bien, porque eso es una manera de decir que al que lo hizo no le costó trabajo, y escribir es trabajoso, y agotador, y siempre se anda medio rendido, y en tales circunstancias uno sigue escribiendo porque cree que, ahorita no, pero más adelante sí, puede escribir algo mejor que lo que ya escribió, lo cual no sucede ni entre los que escribían tan mal que cualquier cosa sería mejor, hasta que, finalmente, se concluye que uno ya hizo todo lo que razonablemente podía hacer. Que ya escribió todo lo que tenía que escribir, pero el problema es que todavía no se muere, y entonces se topa con que otra vez le queda el mismo tiempo ocioso de cuando no tenía permiso de levantarse y ya había acabado la tarea.
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Publicado originalmente en la columna El espíritu inútil del periódico El Financiero, el 28 de diciembre de 2006.
Fotografía de Lirba Cano
Se puede empezar a escribir por muchas causas. Por ejemplo, porque uno ya había terminado lo que tenía que hacer y todavía no tenía permiso de levantarse del escritorio, y sin nada más que un lápiz y un papel para pasar el tiempo apunta algo que se le ocurre, y nota que el tiempo pasó más rápido, y en una de esas le empieza a gustar no tanto lo que escribió como el descubrimiento de que estando así uno parece ocupado y eso le sirve como coartada para que nadie lo venga a molestar, y le sirve también para ponerse a hacer lo que se le antoje, al menos por escrito, aunque, para qué más que la verdad, lo que más le ocurre, más nota y más descubre es el tedio, horas muertas hojas blancas, cosa horrible, y así no tardará en darse cuenta de que la clave para escribir no está en tratar de desentenderse del hastío sino de entenderse con él, o sea que quienes escriben prefieren volverse aburridos que aburrirse.
Ciertamente, uno busca qué escribir; pero eso no funciona porque siempre lo encuentra, pero se acaba pronto, y así es nada más un entretenimiento; en cambio, quien logra volverlo una dedicación no es el que busca qué escribir, sino el que "encuentra qué buscar", asunto de largo plazo que ya no se acaba, que ya no aburre, nada más angustia, y que es cuando a los que escriben les comienza a interesar grandemente, supersticiosamente, qué significa escribir, cómo se hace, para qué se escribe. Básicamente, a los que leen, y a los demás también, les vale gorro enterarse por qué escriben los que escriben: ni los arquitectos, ni los dentistas, ni los actuarios se la pasan explicando cómo le hacen, y a lo mejor la razón es que les encantaría decir cómo hacen lo que hacen, pero la diferencia es que los que escriben pues escriben, y entonces son los únicos que lo pueden decir sin salirse de lo que hacen, decir lo que hacen y con eso ya estar haciéndolo, puesto que ambos son lo mismo, lo cual implica que, mientras las muelas no, mientras los ladrillos tampoco, las palabras sí son autorreflexivas; esto es, que, digan lo que digan, siempre están hablando de sí mismas, pero también que los que escriben nunca podrán saber cómo se hace, y, por lo tanto, cada vez que se ponen a hacerlo no saben si les va a salir, y eso es lo que los tiene nerviosos, siempre como aprendices primerizos inseguros tratando de averiguar de una vez por todas en qué consiste un método que no existe, de encontrar lo que buscan cuya esencia es que se busque pero que no se encuentre. Por eso es tan natural escribir sobre escribir, y por eso los que lo hacen quedan como atrapados en su dedicación, empeñados en ella.
Pero no muy divertidos porque, dados los sinsabores, en secreto todos los que escriben buscan cómo hacerle para ya no hacerlo, pero ya no pueden evitarlo, porque están hechos de eso mismo, aunque los pretextos no faltan: así como ir a comprar libros es un pretexto para no leer, leerlos es un pretexto para no escribir (ése es el drama de las tesis de doctorado). Uno de los mejores trucos para ya no hacerlo es convertirse en "escritor", o sea que deje de ser una dedicación para que se vuelva una carrera o profesión que consiste ya no en escribir sino en conseguir contactos, asistir a presentaciones, codearse con los indicados y dedicarle su libro a alguna vaca sagrada para que se vea a qué niveles se mueve ("a mi amigo Ernesto Sabato"); los escritores son aquéllos para los que es más fácil publicar que escribir. Y es que para escribir no hay que ser escritor, sino pasársela de incógnito buscando algo que hay en el fondo de las palabras y que se sabe que no se va a encontrar sino sólo a buscar porque sería encontrar aquello mismo con lo que se busca -el lenguaje, el pensamiento, uno mismito, etcétera- y eso es por definición inencontrable; para los que escriben lo difícil es publicar, porque no han ido a las fiestas donde están los contactos, pero no obstante lo intentan, no para volverse escritores sino para ver si se entiende lo que escribieron. Y están por todas partes, en chambas disímbolas, y no sólo en los lugares muy editoriales.
No existe eso de que alguien escribe bien, porque eso es una manera de decir que al que lo hizo no le costó trabajo, y escribir es trabajoso, y agotador, y siempre se anda medio rendido, y en tales circunstancias uno sigue escribiendo porque cree que, ahorita no, pero más adelante sí, puede escribir algo mejor que lo que ya escribió, lo cual no sucede ni entre los que escribían tan mal que cualquier cosa sería mejor, hasta que, finalmente, se concluye que uno ya hizo todo lo que razonablemente podía hacer. Que ya escribió todo lo que tenía que escribir, pero el problema es que todavía no se muere, y entonces se topa con que otra vez le queda el mismo tiempo ocioso de cuando no tenía permiso de levantarse y ya había acabado la tarea.
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Publicado originalmente en la columna El espíritu inútil del periódico El Financiero, el 28 de diciembre de 2006.
Fotografía de Lirba Cano
Comentarios
saraí farías
facultad de psicología
UMSNH
Alumna de Iraam, o cual sea que sea su apodo aqui...
saludos...