por Bernardo García
intervención en el Conversatorio "En carne viva. Marcas, fronteras, negaciones y placeres corporales", en el PsicoPopFest! primer encontronazo intergaláctico de psicología pop, noviembre de 2014.
La perspectiva desde la que yo he estudiado el cuerpo es la fenomenológica.
Expongo de manera rápida en qué consiste la fenomenología, y luego les comparto
cómo, desde ese tipo de filosofía, se investiga el cuerpo.
La fenomenología es un modo de hacer filosofía que surge a
finales del siglo XIX y principios del XX. Nace como reacción a un gesto histórico
que ha dominado prácticamente la totalidad de la llamada filosofía occidental –por lo menos desde Grecia hasta el
positivismo–: el gesto de desprenderse o separarse del mundo para explicar los acontecimientos de la vida desde
edificios racionales, y no desde la vida misma.
Lo digo de otro modo: en el afán de entender cualquier
aspecto del mundo, lo primero que hace cualquier filosofía es preguntar. [La
filosofía real –la práctica filosófica– se pone en marcha con preguntas –preguntas
que no sólo brotan del ocio y el asombro, sino también de la inquietud, del
malestar, de la indignación–.] De manera que a lo largo de la historia de la
filosofía, lo que tenemos es no solamente un compendio de preguntas –básicamente
las mismas, aunque algunas más preferidas que otras según la época–, sino también
las respuestas que se han dado a esas preguntas. El problema al que apunta la
fenomenología no es tanto por el tipo de preguntas que se hacen o de respuestas
que se dan, sino al territorio de búsqueda
de esas respuestas. El territorio de la
fenomenología es el del mundo de la vida. En la fenomenología, antes de
considerar lo que se ha dicho respecto de cualquier cosa, se examina con mucho
detenimiento el modo en que esa cosa aparece en la vida de los seres humanos. Fenómeno
significa justamente “lo que aparece”. En ese sentido se entiende el gran lema
de la fenomenología: “hay que volver a las cosas mismas”.
Así pues, la fenomenología no es tanto una disciplina dentro
de la filosofía (y ni siquiera solamente un método), sino más precisamente una
actitud o una postura. La actitud fenomenológica consistiría en recuperar la
riqueza de los fenómenos tal cual nos aparecen en la vida. De ahí que Miguel
García-Baró la definiera como “un ejercicio de amor a la realidad”.
Eso implica, en términos prácticos, que si queremos hacer
fenomenología del cuerpo, no volteamos hacia ningún lugar que no sea el cuerpo
mismo, tal cual lo vivimos de manera inmediata. El primer gran gesto fenomenológico
no es la explicación de algo, sino la
descripción minuciosa de eso que se
quiere investigar. En palabras de Nabokov, se “acarician los detalles”.
Es por eso que en las fenomenologías bien hechas del cuerpo
humano lo que tenemos es un resurgir del cuerpo mismo. Por poner un ejemplo,
José Gaos, en su libro “La mano y el tiempo”, hace una recuperación de un gesto
aparentemente insignificante: la caricia. Gaos se demora alrededor de 100 páginas
en solamente describir –en detalle preciso– qué es acariciar. La agudeza de su
mirada –de su mirada a la caricia– hace que de esa descripción broten los
problemas más hondos de la filosofía: el tiempo, por ejemplo. Describe la suavidad,
la temperatura, la presión, la fuerza, el ritmo de la caricia, su necesaria
demora (no se puede acariciar a prisa). María Zambrano tiene consideraciones fenomenológicas
de la mirada. Heidegger describe en más de 200 páginas el aburrimiento. Aurel
Kolnai hace fenomenologías de los sentimientos hostiles: el asco, la soberbia, el
odio. La aparente modestia de los fenómenos analizados se ve compensada –gracias
al rigor de la observación– por la apertura de difíciles controversias filosóficas
que de pronto aparecen en el marco de la vida y del cuerpo.
La fenomenología en la que yo llevo trabajando ya cerca de
siete años es sobre el llanto. Quisiera leerles un par de fragmentos que
muestran la perspectiva que se adopta desde un estudio de estas características.
I
No parece necesario justificar que la mayoría de las
personas asociarían de inmediato el llanto con el brotar de las lágrimas. Sin
embargo es notable que al considerar el fenómeno de manera más detenida, demorándonos
en la vivencia corporal entera, las lágrimas juegan un papel menor en comparación
con otro tipo de elementos que constituyen el acontecimiento completo de
llorar. En muchos llantos el cuerpo entero soporta una serie de sacudidas que
tienen mucha mayor presencia atencional que el acudir de las lágrimas a los
ojos. Pero incluso en los llantos tranquilos –en los que no hay agitaciones
fuertes ni espasmos– podemos observar cómo el brotar de las lágrimas no es sino
la culminación de un proceso que empieza en el estómago, en el pecho o en la
garganta, y que las sensaciones presentes en el tórax y en el aparato
respiratorio en general se destacan más, a nivel de sensación interna, que la
presencia de las lágrimas en los ojos.
Cualquiera que recuerde vívidamente una experiencia de
querer contener un llanto que se viene de manera irremediable sabrá que
particularmente la garganta es un lugar privilegiado en el proceso. Sea cual
sea el motivo que nos impide en algunos casos soltarnos libremente a la inercia
a que nos urge el cuerpo –acaso la vergüenza que nos lleva a querer detener, o
cuando menos ocultar que dentro de nosotros ya se ha desatado un dinamismo muy
notorio–, por lo general el primer esfuerzo por interrumpir el llanto no tiene
que ver con los ojos y con las lágrimas, sino con la respiración. Es común que
ante ese tipo de situaciones digamos que se nos hace un nudo en la garganta. El
que quiere cortar el llanto entra en primer lugar en disputa con su respiración:
en algunas ocasiones trata de respirar de manera más profunda y pronunciada
como para domar una agitación interior que no reconoce como normal; pero en
otras más bien acelera el tiempo entre inhalaciones y exhalaciones para ver si
logra restituir el equilibrio en que estaba. Si pasa saliva, el gesto no fluye
de manera tan fácil. Si intenta hablar, su voz tiembla o está entrecortada. Comúnmente
también trata de impedir cualquier tipo de contacto con otra persona, a
sabiendas de que un abrazo, una palmada o hasta una mirada de reconocimiento –un
mero contacto visual, como es frecuente decir con tino– desencadenarán lo que
se quiere aprisionar. Y sólo un último recurso en el afán de ocultar el llanto
suele ser el de mantener los ojos muy abiertos, sin parpadear. Pero en
cualquiera de los casos es fácil advertir que el llanto ya está en movimiento
antes de que las lágrimas surjan.
II
En la vivencia de todo llanto afectivo se tiene una sensación
interna de erupción, de emergencia. Suele decirse en el lenguaje cotidiano que
alguien rompe o estalla en llanto. Yo por lo pronto no utilizo las palabras
romper, estallar, explotar o similares porque, aun cuando todo llanto implica
cierta ruptura –el traspaso de un límite, como veremos–, dichas palabras nos
remitirían de entrada sólo a algunos tipos de llanto de carácter más violento u
ostentoso. Considero en cambio que términos como erupción o emergencia pueden
contener también a los llantos que tipificamos como tranquilos; aún en la
contemplación sobrecogedora que deviene en llanto lento –por ejemplo ante la
conmoción sentida ante una obra de arte– hay una erupción, un brotar de algo
que si bien no siempre es comparable a un estallido, sí se experimenta como la
emergencia de algún dinamismo interior que tiende a la salida.
No se trata, pues, en cualquiera de los llantos, de una mera
explosión en el sentido de liberar sin más las lágrimas hacia fuera. De la
misma manera que en geología se dice que la erupción de algo –por ejemplo de un
volcán, o de una solfatara– no es sólo el estallido que arroja el material por
alguna grieta o abertura de la tierra, sino el proceso entero de presión,
condensación y elevación que culmina con la emisión de algún elemento hacia el
exterior, así también hay en el llanto momentos previos y llenos de matices a
la versión de las lágrimas. Y más aún: la liberación que se experimenta en el
llanto, como todos podemos advertir en las vivencias que hemos tenido, no es sólo
una liberación de lágrimas.
Centremos en principio la atención de nuestro estudio en la
vivencia de ese momento eruptivo y penetremos en él para distinguir los
diferentes elementos y fases que lo componen; para acceder a la manera en que
se estructuran sus notas y, en fin, para reconocer en qué consiste esa profusión
interna presente en todo llanto. Atendemos entonces, en las siguientes líneas,
a la índole propia del llanto como erupción. Veremos que por lo menos son tres
los rasgos que la conforman y que son fácilmente constatables en la vivencia…
Elevación, reconocimiento de un límite, desbordamiento.
Delimitación: hay fenómenos que tienen una estructura muy
similar –el golpe de ira, la carcajada, la sudoración, el vómito– ¿qué
distingue al llanto?
Cómo se articulan esos datos con las lágrimas, la tensión y
presión del rostro, el colapso en la respiración, las palpitaciones. Y después
cómo se articulan esos datos corporales con la situación que los produjo: la
tristeza, el dolor, la alegría, el arrepentimiento, etc.
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Bernardo García es filósofo, profesor de análisis cinematográfico en ITESO. Actualmente trabaja su tesis doctoral sobre fenomenología del llanto.
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