por Christian O. Grimaldo
Intervención en el conversatorio “La ciudad de los comunes” en el PsicoPopFest! primer encontronazo intergaláctico de psicología pop.
Noviembre de 2014.
¿Cómo hacer comunes los bienes, espacios
y servicios (y cualquier otra cosa que haya que hacer común) en la ciudad?
Una de las preguntas más difíciles
para un profesionista de las ciencias sociales es el “¿cómo?”. Soy de los que
piensan que no hay nadie que esté capacitado para responder a esa pregunta con
una respuesta única o correcta, por mayor que sea su experiencia. Lo que sí
podemos hacer, es poner ideas a debate a partir de nuestras apreciaciones de lo
que ocurre con determinados fenómenos humanos. Así, quienes nos escuchan, nos
leen o nos juzgan pueden tomar decisiones operativas que hayan reconocido
varias posibilidades. En otras palabras, somos los que sirven el buffet para
los comensales del debate.
Ahora bien, esto se vuelve complejo
cuando los que servimos el buffet somos al mismo tiempo comensales. O sea que
mientras servimos la comida, vamos pellizcándola. Esa es mi situación respecto
a lo que me han pedido venir a conversar hoy. En los últimos tres o cuatro años
he estado estudiando la ciudad, pero también la he vivido en los 26 años que
tengo de vida. Tengo mucho más experiencia como urbanita que como académico. Me
recibí como licenciado el día que mi mamá me soltó la mano para cruzar las
calles; como maestro el día que tomé un camión yo solo; y como doctor el día que
me perdí en una colonia en la que nunca había estado antes y al final encontré
la salida.
Debo decir que me invitaron también,
al parecer, porque estudié el tema de los imaginarios urbanos. Los imaginarios
urbanos son formas mentales relativamente inamovibles que filtran la realidad
que vivimos. Son una inclinación a la acción que media nuestras predilecciones,
un tipo de filtros simbólicos por los que cruzan nuestras miradas de la
sociedad. Son una explicación del por qué algunos lugares son vividos de formas
estereotipadas. Estas formaciones tienen dos componentes, uno experiencial (que
les permite renovarse) y uno institucional (que les permite perpetuarse).[1]
Los imaginarios urbanos operan sobre las ideas de lo mío-lo tuyo;
nosotros-Los otros, lo seguro y lo
inseguro, lo bueno y lo malo, lo deseable y lo indeseable. Y están vinculados
con lo que los geógrafos humanos han llamado topofilias y topofobias. Aquí vale la pena recordar una cita de
Armando Silva, un teórico de estos temas que sostiene que: “ver está
reglamentado socialmente; no vemos con los ojos propiamente, sino que los
imaginarios nutren nuestras visiones”.[2]
Cuatro imaginarios de lo común en la Zona Metropolitana de
Guadalajara
Antes de preguntarnos el cómo hacer comunes los elementos de la
ciudad, deberíamos preguntarnos primero el qué ¿Qué es lo que tenemos que hacer
común en la ciudad? y ¿por qué deben ser esos y no otros elementos? Ya desde
aquí, nuestra respuesta está mediada por los imaginarios urbanos. A mí, por
ejemplo, me vienen a la mente cuestiones de espacios públicos, mobiliario
urbano, transporte… pero sin duda lo que las personas estén interesadas en
hacer común será distinto en función de sus respectivos imaginarios, así como
de sus condiciones y necesidades vitales. Creo que la pregunta que nos motiva
aquí tiene un grave problema en ese sentido, pues no somos totalmente comunes…
es decir, generalizables. Es más, hay personas que no quieren que la ciudad nos
sea común a todos.
Incluso podemos hablar de la
existencia de varias Guadalajaras. En la ciudad hay una serie de fronteras
imaginarias que operan según las experiencias y las instituciones que son más
comunes para quienes las habitan. Renée de la Torre habla de eso en un artículo
que se títula “Guadalajara vista desde la Calzada”.[3] Pero también hay
imaginarios que nos envuelven a todos sin importar esas fronteras, está por
ejemplo el imaginario del habitante de Guadalajara como aquel individuo bendecido
por la santísima trinidad tapatía: el charro, el tequila y el mariachi… quizá
le podamos agregar a las chivas. Pero eso es relativo al cómo se nos ve desde
fuera y lo que importa es que desde dentro, desde la ciudad, nos vemos
fragmentados.
Me gustaría hablar de cuatro casos en
los que se nota la influencia que tienen los imaginarios urbanos en la
apropiación de lo común. Los invito a escucharlos como ejemplos de retos o
puestas en evidencia de la fragmentación imaginaria de la ciudad. El primero es
el caso de los indígenas en el parque Rubén Darío.[4] Del cual me permito
transcribir fragmentos extensos de una nota aparecida en la Gaceta
Universitaria de la Universidad de Guadalajara:
Para los colonos de Providencia, cualquier
persona cuya imagen salga de sus parámetros de confiabilidad: “güerito, alto,
con aspecto anglosajón y ropa de marca”, puede ser considerada delincuente o
sospechosa de serlo.
Lo anterior explica las manifestaciones de
discriminación ocurridas en esa colonia contra indígenas hidalguenses [nahúas],
quienes incluso son trabajadores domésticos en algunas casas de esta zona y
cuyo único delito fue buscar un rato de esparcimiento y convivencia en un
parque público.
Según un estudio realizado por el maestro
David Coronado, investigador del Departamento de Sociología, del CUCSH, los
vecinos de Providencia desconfían de individuos con una imagen distinta a la
suya, la cual, sin embargo, corresponde al aspecto de la mayoría de los
mexicanos.
(…) Tan es así, asevera el investigador, que
la junta de colonos, conformada por la mayoría de sus habitantes, compró cinco
patrullas con la condición de que la Secretaría de Seguridad
Pública y la de Vialidad destinaran elementos
para cuidar el orden.
(…)En octubre pasado, la policía detuvo a 32
mujeres y hombres trabajadores domésticos de origen nahua que estaban en el
parque Rubén Darío, en Providencia, por denuncias de consumo de bebidas
embriagantes, riñas y faltas a la moral, levantadas por varios vecinos de esa
colonia, y que hasta ahora no han sido comprobadas
El segundo es el caso de la vía
RecreActiva. Una iniciativa que fue pensada por sus creadores (el colectivo
Guadalajara 2020) como un puente que uniera las “dos” Guadalajaras. Esta forma
de transitar la ciudad ha implicado dos principales desafíos al imaginario: la
idea de que la calle le pertenece al automóvil; y la idea de que el poniente de
Guadalajara es exclusivo para los residentes de aquella zona. No obstante, si
uno se dedica a apreciar el patrón de los flujos de usuarios, se percatará que
los cuerpos más estéticos (en términos de parámetros occidentales), las
bicicletas más pulidas y hasta las razas de los perros, tienen un patrón
distinto cuando se cruza la avenida Federalismo. Las personas del oriente han
descubierto como auténticas y propias zonas de la ciudad que le aparecían
veladas; pero las personas del poniente no tienen ningún interés en hacerlo a
la inversa. Aquí sería interesante buscar lecturas a partir de la topofobia de
la zona de San Juan de Dios para atrás.
El tercer ejemplo es la iniciativa
ciudadana “Camina tu barrio”, que invita a los vecinos de Guadalajara a
identificar las fortalezas y debilidades de su entorno habitacional. Son paseos
guiados donde se identifican detalles de los entornos habitacionales y se
transmiten datos históricos que fomentan la identidad barrial de los
habitantes.
Por contraparte, esta estrategia que es muy interesante, hasta donde sé, sólo
se ha enfocado a barrios tradicionales, dejando de lado todas aquellas
estructuras habitacionales contemporáneas. En mi opinión, porque se piensa (por
parte de los mismos habitantes) que carecen de valor histórico-arquitectónico.
Aquí, al parecer, opera un imaginario de lo patrimonial como sinónimo de lo
antiguo o lo tradicional que busca la puesta en mampara de la ciudad antigua. Caminar
los barrios periféricos (que también son ciudad) ofrecería perspectivas muy
distintas, para empezar, porque son casi imposibles de caminarse, lo que
probablemente implicaría otro tipo de forma de apropiación y comunidad. En fin,
quizás se les evita porque se imagina que los paseos ahí terminarían siendo un
tour del horror.
El último caso es el imaginario de
miedo asignado al transporte público por ser considerado algo miserable y
peligroso. Este imaginario termina condenando a los usuarios del transporte al
escalafón más bajo de la sociedad. Son pocos y contados los que desean andar en
camión. Es una forma de transporte que se visualiza como un escenario en el que
interactúan los robos, los acosos, los accidentes, los asesinatos… las repercusiones de esto se notan en el
incremento de parque vial, el aumento de los embotellamientos, los choques y la
contaminación. Algo que sin duda si no es común a todos.
Me gustaría invitarlos a reflexionar
acerca de estos vehículos como algo que también debe sernos común. Esos cuerpos
metálicos en los que muchos pasamos parte sustancial de nuestro tiempo son
también una forma importante de experimentar la ciudad e interactuar con los
otros…de maneras inimaginables.
En cuestión de imaginarios, el autobús
es una especie de proyecto Ludovico (como aquel al que Alex es sometido en la
trama de la Naranja Mecánica), al que nos sometemos día tras día. En el
transporte vemos rostros, fachadas y situaciones que nos incitan a imaginar lo
que hay más allá de esa ruta como algo generalizable. Los imaginarios urbanos
nos ayudan a llenar de significados esas partes de la ciudad que están más allá
de la ruta del camión; o en algunos casos simplemente a borrarlas.
La sola idea de experimentar esos
lugares que sólo vemos de pasada, o interactuar con esas personas que vemos
subir y bajar genera ansiedad en la mayoría de los transeúntes. Quien se haya
tenido que bajar del camión en un lugar que siempre vive sólo de pasada sabrá
de lo que estoy hablando. Yo imagino que así se sintieron los conquistadores
cuando vieron por primera vez América… nosotros, como Colón también descubrimos
(o nos encontramos) con un Nuevo Mundo cada que caemos en lugares así.
Dichos los cuatro ejemplos arribo a lo
que puede ser una reflexión conclusiva. Si vivimos la ciudad con objetivos previstos, con
los imaginarios institucionalizados de forma incuestionable, será imposible
apropiarse cualquier cosa en la ciudad.
La modernidad trajo consigo el
desdibujamiento de los lugares comunes y tradicionales, un poco de eso es lo
que hay en mi tesis de maestría en el caso los imaginarios urbanos acerca de la
barranca de Huentitán. Como dice Martín Mora, “la celeridad de las grandes
urbes ha generado un estilo de vida nervioso y apresurado que sólo se fija en
las rutas de ida y venida, en las maneras más sencillas de moverse de un lugar
a otro”.[5] Se ha creado una increíble
paradoja en la que vivimos la ciudad a las carreras para luego llegar a casa a
ver series o revisar el facebook a la misma velocidad. Además, cuando vamos a
visitar esos lugares comunes es con el celular a la vanguardia. No digo que
esto sea bueno o malo, sino que vale la pena pensarlo.
Es imprescindible que enfrentemos el componente experiencial de
los imaginarios al componente institucional. Que ignoremos lo que se nos ha
dicho siempre y le demos el beneficio de la duda a las distintas interacciones
y apropiaciones de la ciudad. De lo contrario, no podremos hacernos comunes ni
siquiera los nombres de las calles; porque quienes pasan en sus autos por la
calle Juárez, no son los mismos que se sientan en la calle Juárez. Hay que retar a los imaginarios
mediante la práctica. El imaginario urbano proveniente de “las oídas” promueve
la prevalencia de lo privado sobre lo común. Para hacer una ciudad común se
necesita ser performativo. Hay que vivir la ciudad inventando nuevas
coreografías urbanas que reten y cuestionen a las normalizadas. Hay que aprender
a andar como andan los perros callejeros: con seguridad…aunque no se tenga certeza
del destino.
Una pregunta final
Valdría la pena hacernos la pregunta
de cómo hacernos comunes los bienes al revés ¿Qué pasa cuando no queremos ser
comunes a lo que se presenta en la ciudad, cuando se nos obliga a ser parte de
escenarios urbanos que no nos agradan? Por ejemplo, el sonido de la música de El Komander que escuchan los vecinos a
todo volumen en el estéreo de sus autos; las rockolas que suenan durante las madrugadas en las fiestas que se
acaban cuando amanece, los escapes tuneados de las golf, las campanadas y los
cohetes de las fiestas religiosas. En la barranca de Huentitán me encontraba
con chavos que llevaban bocinas portátiles con música reggaeton a todo volumen obligando a todos los que bajábamos a
escuchar a Daddy Yanky, al tiempo que nos privaban a todos del paisaje sonoro
de la naturaleza.
Muchos tampoco queremos que nos sean
comunes los embotellamientos y para no olvidar lo inolvidable, la violencia y
los crímenes que asumimos ya como algo que nos es común a todos en cualquier
escenario ¿cómo hacer parciales los elementos urbanos? ¿cómo ser público y cómo
ser privado?
Los viene-viene, traperos, valedores,
o como se decida regionalizarlos, considerados por muchos como una fauna nociva
de la ciudad, se han apropiado de manera excelsa de bienes, espacios y
servicios de la ciudad para transformarlos en un bien personal-gremial de tipo
económico. Con ellos sucede lo que pasa en muchas otras situaciones y que se
engloba en el dicho de “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”; pues parafraseando “nadie sabe la ciudad que
tiene hasta que un trapero le quiere cobrar”. Este es el mismo caso de los
ambulantes, los indigentes y los perros. Creo que en cuestión de apropiación de
los espacios comunes ellos son los expertos. Les guardo mis respetos y pienso
que sería más provechoso pedirles asesoría a ellos antes que a nosotros.
El problema de apropiarse algo es que
en cuanto es tuyo, los demás te lo pelean. Además de que cuando ya te
apropiaste algo, parecen salir normas de todas partes para restringirte el
disfrute de lo apropiado. Hasta para sentarte en ciertas partes hay problemas.
Algo similar pasó con los chavos skater de Chapultepec, a quienes la buena
ondita terminó corriendo del andador, por ruidosos, porque estropeaban el piso
y porque no se ven tan hipsters y desentonan con el resto del paisaje. Ahí no
aplica la primacia de la conquista, llegar primero no es la regla para
apropiarse un lugar, sino saber defenderlo. Esto es crucial en una ciudad en la
que el imaginario de las autoridades se rige por la idea de que puede
reubicarlo todo, como si los significados no importaran… pregúntenle si no a
los habitantes desalojados de las inmediaciones del parque Morelos, o a los
niños-grandes que todavía hoy extrañamos El Planetario. Afortunadamente, para
bien de los comunes, todavía hay a quienes nos importan los significados.
Referencias
González, Mariana. “El rechazo a los indígenas
en Providencia, reflejo del país”. La Gaceta
Universitaria. Sección Sociedad. p. 7. Lunes 3 de noviembre del 2003.
Hiernaux, Daniel. “Los imaginarios urbanos: de
la teoría y los aterrizajes en los estudios urbanos”. Revista eure. Santiago de Chile: Vol. XXXIII, Nº 99, agosto de
2007, pp. 17-30.
Mora Martínez, Martín. “Astriolas para vagar a gusto”. https://www.academia.edu/4918937/Astriolas_para_vagar_a_gusto. Consultado el 12 de
noviembre del 2014.
Silva, Armando. http://www.imaginariosurbanos.net/index.php/es/.
Consultado el 12 de noviembre del 2014.
Torre, Renée de la. “Guadalajara vista desde
la calzada: fronteras culturales e imaginarios urbanos”. Alteridades, no. 8,
1998, pp. 45-55.
[1]
Vid. Daniel Hiernaux. “Los imaginarios urbanos: de la teoría y los
aterrizajes en los estudios urbanos”. Revista eure. Santiago de
Chile: Vol. XXXIII, Nº 99, agosto de 2007, pp. 17-30.
[2]
Armando Silva. http://www.imaginariosurbanos.net/index.php/es/.
Consultado el 12 de noviembre del 2014.
[3]
Renée de la Torre. “Guadalajara vista desde la calzada: fronteras culturales e
imaginarios urbanos”. Alteridades, no.
8, 1998, pp. 45-55.
[4]
Mariana González. “El rechazo a los indígenas en Providencia, reflejo del
país”. La Gaceta Universitaria. Sección Sociedad. p. 7. Lunes 3 de noviembre
del 2003.
[5]
Martín Mora Martínez. “Astriolas para vagar a gusto”. https://www.academia.edu/4918937/Astriolas_para_vagar_a_gusto.
Consultado el 12 de noviembre del 2014.
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Christian O. Grimaldo es psicólogo social con Maestría en Estudios de la Región, estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales en CIESAS e investigador de los imaginarios urbanos.
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