por Itziar Ziga
extraído de Devenir perra. Barcelona: Melusina, 2009. Págs. 37-56.
"Cuando era pequeña, me llamaban marimacho, marimacho, macho, macho, sólo porque me comportaba de manera distinta a ellas, a las demás niñas, a esa parte de la población a la que se suponía que tenía que pertenecer, comportarme y ser igual, sólo porque biológicamente nacimos con los mismos genitales... ¿Quién coño se ha atrevido a obligarnos a las que tenemos coño a ser y parecer lo mismo?" Con este manifiesto, comienza mi amiga Irene Sala su revelador Marimachos, otro hermanito mayos de mi Devenir perra. Afirmamos nuestras identidades torcidas como respuesta a la negación, como resistencia al ocultamiento, por placer y por rabia.
La feminidad y la masculinidad son dos polos de adoctrinamiento masivo. Sus reproducciones tratan de moldear mujeres y hombres hasta el infinito, como en un bucle. Y fracasan estrepitosamente. "El género es una copia sin original", decía Judith Butler. Y no sólo hay transgéneros encallando la máquina binaria, no existe ni un solo humano que encarne sin fisuras el prototipo de su género asignado. Muy a pesar de aquel carnicero llamado John Money, que inventó en 1953 el protocolo médico todavía aplicado hoy para ajustar el cuerpo de los bebés a uno de los dos únicos modelos que la autoridad heteropatriarcal puede concebir. Quizás John pintaba sus labios de rojo sangre y emulaba a Marilyn Monroe en la intimidad de su hogar. A salvo de las miradas inquisidoras que él mismo había adoctrinado [...]
Fueran cual fuera nuestra experiencia infantil con la feminidad, la iniciación en el mundillo feminista nos hizo abandonar a casi todas, por un tiempo, la depilación y otras señas de identidad princesiles. (Es curioso, en general las perras renunciamos a depilarnos en nuestra fase de mayor crítica a la feminidad normativa. La depilación parece ser el gran lugar común de la feminidad en nuestra cultura occidental, casi más que ningún otro. Para Carmela, volver a depilarse supuso un reencuentro: "A mí me encanta ir rasurada y siento un pacer morboso y fetichista depilándome".) [...]
Vale. Soy una pobre cristiana occidental enferma de binarismo, como todas. Nunca podré escapar, por más que lo intente, de la dualidad masculina/femenina. Y como no lo consigo, prefiero reírme antes que castigarme por ello. No hay nada más sacrílego que recitar al revés una oración, nada más placentero que representar la feminidad arañándole con las uñas desconchadas de esmalte barato la disposición sumisa. Pervertir los códigos de la buena chica. Me interesa la confluencia entre puesta en escena hiperfemenina putón y posicionamiento antipatriarcal, porque es la tierra de nadie que yo habito...
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Fotos de Lirba Cano
extraído de Devenir perra. Barcelona: Melusina, 2009. Págs. 37-56.
"Cuando era pequeña, me llamaban marimacho, marimacho, macho, macho, sólo porque me comportaba de manera distinta a ellas, a las demás niñas, a esa parte de la población a la que se suponía que tenía que pertenecer, comportarme y ser igual, sólo porque biológicamente nacimos con los mismos genitales... ¿Quién coño se ha atrevido a obligarnos a las que tenemos coño a ser y parecer lo mismo?" Con este manifiesto, comienza mi amiga Irene Sala su revelador Marimachos, otro hermanito mayos de mi Devenir perra. Afirmamos nuestras identidades torcidas como respuesta a la negación, como resistencia al ocultamiento, por placer y por rabia.
La feminidad y la masculinidad son dos polos de adoctrinamiento masivo. Sus reproducciones tratan de moldear mujeres y hombres hasta el infinito, como en un bucle. Y fracasan estrepitosamente. "El género es una copia sin original", decía Judith Butler. Y no sólo hay transgéneros encallando la máquina binaria, no existe ni un solo humano que encarne sin fisuras el prototipo de su género asignado. Muy a pesar de aquel carnicero llamado John Money, que inventó en 1953 el protocolo médico todavía aplicado hoy para ajustar el cuerpo de los bebés a uno de los dos únicos modelos que la autoridad heteropatriarcal puede concebir. Quizás John pintaba sus labios de rojo sangre y emulaba a Marilyn Monroe en la intimidad de su hogar. A salvo de las miradas inquisidoras que él mismo había adoctrinado [...]
Fueran cual fuera nuestra experiencia infantil con la feminidad, la iniciación en el mundillo feminista nos hizo abandonar a casi todas, por un tiempo, la depilación y otras señas de identidad princesiles. (Es curioso, en general las perras renunciamos a depilarnos en nuestra fase de mayor crítica a la feminidad normativa. La depilación parece ser el gran lugar común de la feminidad en nuestra cultura occidental, casi más que ningún otro. Para Carmela, volver a depilarse supuso un reencuentro: "A mí me encanta ir rasurada y siento un pacer morboso y fetichista depilándome".) [...]
Vale. Soy una pobre cristiana occidental enferma de binarismo, como todas. Nunca podré escapar, por más que lo intente, de la dualidad masculina/femenina. Y como no lo consigo, prefiero reírme antes que castigarme por ello. No hay nada más sacrílego que recitar al revés una oración, nada más placentero que representar la feminidad arañándole con las uñas desconchadas de esmalte barato la disposición sumisa. Pervertir los códigos de la buena chica. Me interesa la confluencia entre puesta en escena hiperfemenina putón y posicionamiento antipatriarcal, porque es la tierra de nadie que yo habito...
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Fotos de Lirba Cano
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